Una de las cosas en las que más insistimos desde Adinfa a los padres y madres que atendemos es en la necesidad de comprender al joven que tenemos en casa. Un joven que está experimentando importantes cambios, que ni él mismo entiende bien, en este proceso de dejar atrás su infancia. Por eso, con este ánimo de comprensión hoy queremos centrarnos en hablar sobre algunas de las características de la adolescencia.
Nos referimos a ciertos comportamientos que debemos considerar normales, siempre que no lleguen a extremos, en esta etapa vital de nuestros jóvenes. Conocerlos y entender lo que hay detrás de los mismos nos ayudará a comprender mejor su situación y el porqué de algunos de estos comportamientos.
Algunas características de la adolescencia
Antes de pasar a comentar cuáles son algunas de estas características de la adolescencia, es importante tener en cuenta que lo relevante de estos comportamientos es ser capaces de identificarlos in situ. Es decir, cuando el joven esté desarrollando un comportamiento que encaje con la característica.
De este modo podremos comprender, asimilar y ser conscientes de que el adolescente no se comporta de esa forma para molestarnos, ya que en muchos casos esta es la causa de roces y discusiones en el entorno familiar.
Dicho esto, vamos a explicar a continuación las características del adolescente que nos parecen especialmente relevantes.
Sensación de injusticia ante acontecimientos cotidianos
Esta característica se define por la percepción que el joven tiene del mundo que le rodea, que en ocasione siente que le ataca. Lo que para cualquier adulto implica una contrariedad, al adolescente le supone una injusticia, a veces inenarrable.
Un ejemplo podría ser el saltarse un semáforo en rojo. El adolescente asume que el semáforo está ahí para fastidiarlo a él, no para regular el tráfico. Este pensamiento genera multitud de sentimientos de ira, injusticia y frustración, con los que se auto-justifica para incumplir la norma.
Otro ejemplo lo encontramos a menudo en el ámbito escolar. Cuando el adolescente suspende algún examen focaliza la responsabilidad hacia fuera: él lo hizo bien, pero la prueba era demasiado difícil. Este comportamiento le lleva a molestarse con el profesor y a justificarse con pensamientos del tipo “no hay derecho a poner un examen así”.
Esta misma sensación de injusticia se traslada, como no podía ser de otro modo, al ámbito familiar. Por eso en ocasiones el adolescente se ofende fácilmente ante un simple comentario de la madre o del padre. Le sienta mal y rápidamente surgen sentimientos de ira, rabia, coraje… dándose permiso para gritar, ignorar o desobedecer.
Sentimiento de invulnerabilidad
Una segunda característica de la adolescencia, evidente y muy reconocible, está en esa sensación de invulnerabilidad que sienten los jóvenes. El adolescente se percibe lozano y frondoso, y realmente es así: tiene la belleza y el ímpetu de la juventud. No se ha planteado la muerte como una posibilidad en su vida, ni tan siquiera enfermedades a causa de su conducta.
Es muy difícil intervenir en estas situaciones, ya que por norma general el joven no escucha lo que se le dice por parte del adulto. Sencillamente, no le “llegamos”. Hace falta establecer una relación terapéutica adecuada para tener autoridad sobre él, lo que en ocasiones implica más escuchar que hablar, ya que la expresión verbal de los padres hacia los hijos en estos casos suele aumentar la crispación más que disminuirla.
Tenemos que ser conscientes de que es muy difícil entenderse en estos momentos. Hay que aceptarlo de este modo y evitar sentir prisa en querer que la situación se normalice. Evidentemente tanto los padres y madres, como los psicólogos que les ayudamos, queremos alcanzar esa normalidad, pero es imposible correr contra natura. Se necesita un aprendizaje, un proceso.
Percepción distinta del tiempo
En tercer lugar, tenemos la forma en la que el adolescente vive el paso del tiempo. Debemos asumir que para los jóvenes el tiempo computa de forma muy diferente que para los adultos. El adolescente percibe su paso de forma mucho más lenta.
Esta característica es más fácil de comprender, puesto que todos hemos sido niños y recordamos, sin ir más lejos, esos veranos interminables donde daba tiempo a hacer de todo. Veranos que, en la adultez, parecen quedar reducidos a un instante. Mientras los adultos vemos pasar semanas, meses e incluso años de forma alarmantemente rápida, los adolescentes sienten que tienen, literalmente, toda una vida por delante.
Para los padres y madres es muy importante tener esta cualidad en cuenta a la hora de imponer consecuencias relacionadas con el tiempo, puesto que como decimos lo que para nosotros pasa en un momento puede ser percibido como una eternidad para el menor.
Apego al grupo de iguales en detrimento de la familia
Para entender lo que supone el apego al grupo de iguales en un adolescente debemos ser conscientes de que, a lo largo de la vida, una persona experimenta el permanente deseo de saber y explorar. Todos entendemos que es bueno y natural que un niño pequeño vaya conociendo cada vez más palabras, distinga objetos, aprenda colores… Entonces, ¿por qué esta actitud exploradora molesta cuando se presenta en un adolescente?
Debemos normalizar el hecho de que en un momento determinado el menor vaya advirtiendo que en el mundo existen más personas con las que relacionarse, además de los padres y otros familiares. Esto implica perder protagonismo. Que un hijo que hasta hace nada era dulce, simpático y sólo miraba a través de los ojos de mamá o papá, de pronto empiece a separarse, a poner excusas para no hacer actividades en familia, a dejar de contar cosas que le ocurren y a enfatizar la importancia de sus amigos.
Esos amigos pasan a situarse en un pedestal, y sobre ellos no se aceptan cuestionamientos o críticas. Ante esto, la reacción del adulto suele ser de desconcierto porque pensamos, bajo nuestro prisma, que no ha habido tiempo para entablar una amistad tan arraigada. Pero ya hemos hablado antes de cómo pasa el tiempo para el adolescente…
Evidentemente, para una madre o un padre la situación ideal pasa por conocer a los amigos de su hijo, pero también debemos intentar aceptarlos tal y como son, salvo en casos excepcionales. Se trata, al fin y al cabo, de identificar a los amigos como una nueva fase de descubrimiento en la vida del adolescente. Una etapa que le va permitiendo tener autonomía con respecto a la familia y a sus padres, que le ayuda a sentirse más adulto y a lograr la independencia y libertad que anhela.
Percepción de incongruencias en lo aprendido
Todo lo anterior nos lleva a una última característica de la adolescencia, muy ligada también al apego al grupo de iguales: el cuestionamiento de las enseñanzas y los valores recibidos. El contacto con sus amigos hace que el joven descubra nuevas realidades, otros métodos educativos, diferentes costumbres… y en ocasiones esto le lleva a sentirse engañado o, sencillamente, a rebelarse contra lo que ha sido su realidad hasta ahora.
Por otro lado, el adolescente se va percatando de que en el mundo de los adultos hay incoherencias. Lo que antes percibía como perfecto, porque no era capaz de ver los errores, ahora ya no lo es tanto porque sí los capta y siente una especie de traición al haber estado tanto tiempo confiando en los padres y sus incongruencias.
Afortunadamente, aunque todo esto pueda sonar dramático, la realidad es que la inmensa mayoría de los adolescentes, para las cosas trascendentes de la vida, siguen considerando la opinión de sus progenitores como la más importante, por delante de la de sus amigos. Además, si un joven está sereno y convive en un ambiente relajado y con confianza, suele confesar que la familia sigue siendo lo más importante en su escala de valores.
Cómo actuar con un hijo adolescente
Como comentamos al principio, la comprensión del adolescente y de los cambios que supone esta etapa en su vida es fundamental para que la relación familiar no se resienta. Es importante entender los límites entre un comportamiento natural y lógico dentro de esta fase, y una actitud que se escapa de la norma y debe ser vigilada.
En este sentido, escuchar y comprender la psicología del adolescente es importante, pero sin olvidar mantener nuestro rol como padres. De ahí que en Adinfa insistamos una y otra vez en educar con autoridad positiva a los hijos, evitando sobreprotegerlos y aprendiendo a poner límites y normas lógicos y coherentes en cada una de las etapas vitales del menor.
Si aun así se llega a situaciones que ponen en peligro la convivencia familiar, o en las que se identifican claramente trastornos de conducta en los adolescentes, lo mejor es buscar ayuda profesional lo antes posible.
Para eso estamos en Adinfa, para ayudar a las familias a recuperar su vida y una relación sana y sostenible. Siempre puedes contactar con nosotros desde aquí.